"Espero que vivas todos los días de tu vida"

miércoles, 25 de mayo de 2011

Capítulo 90 - Entre madres e hijos


Arriba… y abajo; Arriba y abajo. Una más, se anima a si mismo.


Y detrás de esa, motivado por sus propios pensamientos le sigue una nueva. Otra más, se alenta de nuevo. Y sigue viendo subir y bajar esas pesas. A veces más cerca, y a veces más lejos de su superficie.

Las gotas de sudor serpentean por su piel, se deslizan por todos los rincones de su cuerpo a penas vestido. Caen por debajo del ombligo y visitan a sus labios brevemente. Todo su cuerpo brilla fruto del empeño. Y es que… en realidad, sea o no un ejemplo literal… para brillar, primero hay que esforzarse.

La música se mete dentro de su piel. El vibra con ella, como siempre. Existe una música para cada estado de ánimo. ¿Quieres levantar pesas? Entonces pon a Aerosmith. Y mientras apretando la mandíbula y haciéndose el fuerte se anima a hacer una más, la puerta de su habitación se abre.

- ¿Podrías bajar eso? Tu hermano está estudiando

Ni siquiera la escucha. La madre entra dentro del cuarto abriendo la ventana y de un tirón desenchufa el aparato. Se hace el silencio.

- ¡Eh! – Se queja él que todavía no se había enterado de la presencia de esta.

- ¡Aquí huele a tigre!

- ¿Y qué esperas? – Dice él incorporándose de la silla de las pesas – Soy un tigre – Dice altivo mientras señala su cuerpo.

- Ya claro – Dice la madre mientras recoge algunas de las ropas que su hijo ha tirado encima de la cama – Más te valdría estudiar algo. Dentro de unos años nadie te dará trabajo por el simple hecho de ser un “tigre”

- Bien, bien… ya lo miraré

- Bueno, no sé si lo dices para que me calle o porque queda un pequeño resquicio de esperanza…

- No en serio, no quiero dejar de estudiar

La madre se queda parada un segundo meditando sobre lo que su hijo acaba de decir. Hacía ya una temporada larga que él no paraba de bombardear en casa con sus deseos de salir al mundo laboral. Y ahora, había dicho que no quería dejar de estudiar.

- Vaya, ¿Y ese cambio repentino de opinión? – Responde y casi titubea la madre sombrada

- Ya ves…

La madre mira su cara mientras él se limpia el sudor con la toalla. Y puede ver en él, el esbozo de una pequeña sonrisa.

- Ah, no me lo digas… es por una chica.

- ¡Mamá! – Grita el levantándose de la silla. Hace mucho tiempo que ya no habla de mujeres con su madre. Ya no es un niño.

- Ha, ha, ha. ¡Es por una chica! ¿Cuál de todas?

- Eh, todas no…

- Ah vaya, ahora ya solo tienes tiempo para una…

- Más o menos – Se hace el duro sin atreverse del todo a reconocerlo.

- Ya… claro ¿Y quién es?

- ¡Nadie!

- ¿Nadie? ¿No puedo saber quién es la causante de que a mi hijo le brillen los ojos?

El baja la cabeza y vuelve a sonreír algo avergonzado. Porque coño las madres al final se enteran de “casi” todo, piensa. Él tenía la teoría – y creo que en realidad todos nosotros- de que por la noche, todas se iban a un club secreto para madres y que allí ensayaban sus dotes de pitonisas, guerreras o buscadoras. Entre otras actividades, ¿Cómo era posible que encontraran algo en la habitación en un segundo cuando tú ya lo habías buscado durante más de dos horas? Y ¿Cómo podía ser que les dijeras que te ibas a la biblioteca a estudiar y que supieran que en realidad dónde estabas en el bar de cervezas con los amigos? ¡Ah! Y que me decís de sus increíbles capacidades para deducir nuestro estado de ánimo con frases como: A ti te pasa algo, lo sé porque te he parido.

Y cuando ya nuestras mentes se encuentran en estado caótico porque hemos intentado todo, y ellas aun así lo han desenterrado, finalmente sueltan eso de: Cariño, que me vas a decir a mí… si yo también tuve tus años. Y es, cuando si miramos de verdad; vemos en sus caras ese brillo de amor… “Te quiero más que a nadie” y también esa nostalgia de la juventud.

Ellas también fueron jóvenes. También desearon el beso de un chico en una fiesta, o hicieron locuras – y todas ellas intentarán que nosotros no las volvamos a cometer- y lloraron y les hicieron daño – Y por eso intentarán que nosotros no suframos –, se enfrentaron a sus padres y en cierto modo, ¡Fueron mucho más valientes! ¡Mirar cómo ha cambiado el mundo de una generación a otra! Antes se daban la mano por debajo de la mesa, ahora podemos ponerla encima.

Y al final, al final de ese brillo… también se puede leer el miedo… miedo a que nos pase algo, a lo inevitable: que es crecer. Y a que, por mucho que les gustara que fuera de otra manera: cometeremos casi todos sus errores, nos equivocaremos, y después correremos a ellas buscando consuelo llorando. Consuelo, que admirablemente nos darán por muy mal que les hayamos hablado, por muchas cosas que les hayamos hecho.

- Ah… ¿No será esa chica no? La que descubrió tu padre en la cama del otro lado.

- Ha, ha…

- Así que sí, es ella… vaya, vaya… - Dice la madre sentada al lado de su hijo – Y que… ¿Es correspondido?

Al principio se muestra un poco reacio. Pero tiene ganas de explotar y contarle al mundo lo que siente por ella. Se da cuenta de que aun no lo ha podido hacer con nadie ¿Y quién mejor que una madre?

- Pues... ¡La verdad no tengo ni idea! – Dice finalmente entre risas y con miedo – Es que unas veces parece que sí… y otras que pasa completamente de mí… ¡Es una locura!

- Ha, ha, ha… entonces hijo, vas por buen camino…

- No lo sé… hombre, tu eres también una chica… bueno, una chica un poco más madre… no sé ya me entiendo, pero seguro que tú lo sabes mejor que yo… Y… ¿Te pareció guapa?

- Sí… era guapa. Pero eso no es lo más importante hijo…

- Ya, pero es que mira, ves… lo tiene todo…

- Ha, ha… ya veo ya… - Dice la madre mirándolo con ternura

- Es que… siento cosas mucho más fuertes por ella que las que sentí por Helen.

La madre entonces lo entiende todo…

- Eh, pero no pienses que estoy enamorado ni nada de eso eh… - Se asegura su hijo

- No, no, hijo, claro que no…

- Pero estoy a gusto con ella… ella me lleva a raya…

- ¡Gracias a Dios! - Dice la madre abanicándose

Y así pasa un poco el rato hasta que ella se levanta cerrando la puerta de la habitación. Él se siente mejor, libre… y se mira en el espejo satisfecho. Esta noche la verá en el cumpleaños. Tan guapa como siempre, seguro. Ya cuenta los minutos para poder robarle otro beso, para poder mirarla y reírse con ella.

Mientras la madre baja las escaleras para sentarse en el sofá con su marido.

- ¿Pero qué hacías tanto rato allí arriba?

- Nada tú hijo… que se ha enamorado…

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