"Espero que vivas todos los días de tu vida"

lunes, 19 de diciembre de 2011

Capítulo 100 - Nadie...


Y estruja el freno  dirección a ese restaurante. No sabe muy bien donde se dirige exactamente, pero no le importa, estaba seguro de poder encontrarlo. “con ganas se llega a cualquier sitio”, pensaba. Era esa fuerza de la que siempre os hablo, esa fuerza que por algún motivo los unía. Esa energía magnetica que los atraía una y otra vez, que los envolvía, aplastaba, espachurraba, el uno contra el otro. Una potencia mucho más firme que la propia fuerza de la gravedad. Su mente, sus deseos sentirla eran su propio JPS. Da igual, solo quería decirle “Hola”, sí solo quería mirarla y decirle “¡Feliz año nuevo!” y después besarla sinceramente. 
Mientras tanto en el restaurante, el champagne seguía brotando y los chistes de aquel hombre no cesaban. Su padre, poco acostumbrado a beber ya tenía más color en sus mejillas que el habitual y también sonreía con más ansias de las que la solía tener acostumbrada.

-          Papá está borracho… - Dice la pequeña cerrando los ojos con tono cómico
-          ¡No seas así! ¡Nunca lo está! – Contesta ella
-        Ya, pero para papá beber un poco de agua mezclada con champagne ya es ir pedo… - Dice, y después bebe un poco del champagne del comensal de al lado que se ha ido al servicio
-          ¡Eh! Tú no puedes… - Riñe la mayor
-          Ya, pero no hay nada más interesante que hacer esta noche, no como tú, que en nada viene tu novio a buscarte…
-          ¡Qué dices! ¡No es mi novio!
-          ¿Tienes novio cariño? – Pregunta la señora rubia platino de piel bronceada y regordeta que tiene en frente de la mesa, Marie. Como siempre, metida en asuntos ajenos se termina enterando de todo…
-          Oh… no, no, no… no es mi novio… es un…
-          ¡Eh Paco! – Dice la señora a su marido sin prestar demasiada atención a lo que ella está diciendo – ¿Has oído eso? La mayor ya tiene un novio… - Y como parece no hacerle caso, le pega unos cuantos empujones meneándolo de un lado a otro hasta que finalmente vuelve a repetírselo
-          ¡Así que ya con novio!
-          Hombre… ya, ya… ¡Ya era hora que se le pasaba el arroz! – Dice la pequeña por lo bajo mientras disimuladamente bebe otro trago. La mayor le da un codazo disimuladamente. La pequeña escupe un poco del champagne.
-          Y como se llama – Insiste la rechoncha rubia platino
-          ¿Cómo se llama quien? – Se une a la conversación otra rubia bronceada más delgada y estilosa, también amiga de los padres
-          Su novio
-          ¡Ah tiene novio!
-          No es mi novio…
-          Pero Annie, ¿Tú sabías que tu hija tenía novio? – Dice cotilla la nueva integrante de la conversación
-          Sí algo me imaginaba – Contesta tranquila mientras come un bombón
-          ¡Mamá!
La hermana mientras tanto no para de reír. Y el hombre pesado sigue sonando por lo bajo como un disco rayado.
-          Hija, te viene a buscar mil veces a casa. Que te crees, ¿Qué tu madre es tonta?
-          ¿De quién habláis? – Se une uno más, su padre
-          Del novio de tu hija mayor – Dice la pequeña metiendo cizaña. Ella le dedica una mirada fulminante entornando los ojos.
-          Ah de ese… - Dice el padre mientras brinda con Paco - ¿También viene hoy?
-          ¿Quién? – Pregunta por fin el monologuista “profesional” de la mesa
-          El novio de la chica – Dice la mujer de Paco mientras se come otro bombón
-          ¡Que no es mi novio! – Insiste ella

Pero al resto de la mesa les da exactamente igual. Qué importa que sea o no su novio, ya tienen un tema nuevo del cual hablar. Ya sabéis, el lo típico, la gente quiere oír: aquello que quiere oír. No les intentes convencer de lo contrario, ellos su propia historia, la más morbosa, la más interesante de contar a otros… Ella baja la cabeza derrotada moviéndola de un lado para otro. Su móvil entonces suena, un mensaje: Estoy en la puerta, ¿Sales?
Su corazón entonces late más deprisa. Ya está aquí. Sonríe, tiene ganas, ganas de él. Entonces se levanta y se apresura a buscar su chaqueta colgada y escondida entre todos esos abrigos peludos.

-          ¿Ya ha venido tu novio? – Dice Paco bastante borracho
-          Me marcho ya… - Dice ella
-          Pero… ¿No lo vas a invitar a entrar? – Insiste Marie
-          Oh, no, no, no…
-          ¡Pues claro que sí! ¡Que entre!

Y acto seguido al unísono, la mesa entera repite animada una y otra vez esa frase: ¡QUE ENTRE!, ¡QUE ENTRE!, ¡QUE ENTRE! Acto seguido Paco se levanta y la coge por el hombro y sigue gritando la frase en su oreja. Todo el mundo se pone a reír, el padre se levanta y se agarra a Paco, la hermana salpica de champagne el mantel fruto de la incontrolable carcajada que explota en su interior al ver semejante panorama y ella… Ella por mucho que lo intente no puede evitar sonreír. No sabe porque, sí fruto del alcohol, o de la noche vieja, o de la magia de la navidad o porque las cosas pasan por que sí, sin más: su familia es feliz y hacía mucho tiempo que no era así. No puede contenerse y se dibuja en sus rostros una sonrisa que se extiende en su cara de oreja a oreja. Después despierta de nuevo: ¡Que entre, que entre, que entre! Siguen gritando.

-          Está bien… Está bien… - Y cede. – Voy a buscarlo

Y aplauso y un estallido de risas vuelve a saltar. La satisfacción de los presentes se palpa. Él, el misterioso chico va a entrar a dar la cara. Y ella se apresura a buscarlo a la calle.

Y cuando levanta la mirada la ve, ahí está con su vestido rojo, aproximándose hacia él, mirando delicadamente hacia los dos lados de la calzada con sus mejillas sonrojadas por el frío y la alegría, con ese pequeño y delicado abrigo negro, con esa sonrisa que lo derrite en esa noche helada. El sonríe, está preciosa, le encanta, la quiere para él, solamente para él y nadie más. Quiero que así sea esa noche, que lo sea la siguiente y así hasta el final. Sus piernas avanzan, sus tirabuzones se balancean de un lado a otro como mariposas con el viento. Y así contempla, a cámara lenta, uno tras otro de todos sus frágiles movimientos. Y de algo está seguro: Nadie podrá quererla como él la quiere, nadie podría adorarla así, nadie podría advertir como él hasta el menor de sus dulces movimientos, de esos gestos imperceptibles de su cara, su rostro, su cuerpo… Es como si solo a él se le hubiera concedido el don, la facultad de ver, de conocer el verdadero sabor de sus besos, el color real de sus ojos… Nadie podría nunca verla como él la veía. Nadie podría nunca verla verdaderamente, entenderla, respetarla. Nadie se divertiría como él con esos tiernos caprichos.

Y después se queda sin respiración unos breves instantes que lo transportan, lo llevan a otra dimensión.  Las comisuras de sus labios se unen tímidas, como si acabaran de conocerse, como si siempre fuera la primera que lo hicieran de las muchas tantas que en realidad lo habían hecho, como si pudieran hacerse daño. Y el tiempo se para, muerto, por una sonrisa.

-          Ven, dame la mano, quieren conocerte.  

lunes, 12 de diciembre de 2011

Capítulo 99: El último día


Movía los labios canturreando algo, no esforzándose demasiado, estaba a otras cosas. Ya se había quemado los dedos unas cuantas veces luchando con aquellos tirabuzones imposibles. Pero la ocasión lo requería. “Ve a la peluquería”, había dicho su madre. Y evidentemente “no” había sido su respuesta. Había decidido que merecía la pena ahorrar después de unas cuantas batallas libradas y ganadas por él sobre los asuntos por los cuales merecía la pena gastar dinero y por los cuales no. “Tú ya eres preciosa, ¿Por qué necesitas pagar para sentirte así?”, repetía él una y otra vez mientras ella se sentaba en la cama de su habitación con los ojos empañados porque ese día le apetecía quejarse de algo. Típico de todas nosotras: si naces alta quieres ser más baja, si naces delgaducha querías ganar unos kilos y otras ya no saben cómo librase de ellos, ¿ojos marrones? Los quiero verdes o azules, pelo corto, ¡Que envidia el largo!, y así con todo. Si naciéramos perfectas nos aburriríamos igualmente y buscaríamos la manera de encontrarnos fallos. Qué curioso… ¿No? Realmente la respuesta que responde todas esas quejas, inseguridades y deseos se resume en la más certera y precisa conclusión que no es otra cosa que el propio hecho de que las mujeres ¡No tenemos ni idea de lo queremos! Pero a veces, y en un corto plazo de tiempo sí tenemos pequeños deseos que deseamos cumplir, y que mueren nada más conseguirlos. En este caso, ella deseaba peinarse a sí misma, así que llevaba nada más y nada menos que 3 horas haciéndose esos tirabuzones con la esperanza de hacerse el moño más perfecto jamás contado de la historia mundial. Evidentemente, cuando terminó eso fue lo que sintió – aunque realmente no era cierto claro – pero el resultado fue satisfactorio. Base cremosa, maquillaje sedoso, sombras misteriosas, colorete alegre, rímel para pestañas kilométricas, y gloss de labios como diamantes y caramelo. Uñas perfectamente limadas, pintadas con un color bien estudiado. Medias de encaje y ropa interior roja por supuesto, el rojo siempre da buena suerte en la última noche del año. Y por eso fuera poco, para asegurar la buena suerte, también, con cuidado, y con muchas ganas contenidas quita la etiqueta de su vestido. Por fin, después de unos días largos en el armario ha llegado el momento. Y cuando termina de colocarlo y ajustar la cremallera se sube esos tacones rascacielos. Se mira al espejo…  Se gusta, está satisfecha. Sonríe, suspira. Esta nerviosa. Sentimiento muy típico que nos invade a todos ese día.
En el coche camino al restaurante su hermana hace dibujitos en la ventanilla. Un corazón, una estrella, escribe su nombre. Su padre fuma un cigarrillo, su madre se retoca los labios en el espejo situado encima de la cabeza del copiloto.

-          Y ser educadas – Añade
-          Sí mamá…- contestan irónicamente con voz pesada las dos hermanas a la vez
-          Y no os levantéis de la mesa si nadie más lo hace
-          Sí mamá – repiten exactamente igual
-          Y no llaméis la atención
-          Sí mamá – Con voz más pesada. Ella sube los ojos hacia arriba a modo de plegaria, la pequeña se ríe por el gesto que hace su hermana.

La cena les espera. Esa noche la pasarán con los amigos de sus padres  -jefes de un restaurante-.La última noche del año el restaurante se cierra solo para ellos. Se reúnen allí más de cuarenta personas y preparan sus mejores platos, algunos de ellos solo específicos para ese día. Buen champagne, ensaladas sofisticadas, carnes jugosas y recién hechas, vino gran reserva, entremeses, pescados variados, platos centrales, globos, música, dulces y tartas. La cena trascurre entre risas y cava. El padre de ella bebe alguna copa de más, “una vez al año no hace daño”, piensa. Su mujer por el contrario se moja los labios y hace posteriormente una mueca que demuestra lo poco atraída que se siente por las bebidas alcohólicas. Ella también se anima a beber un poco. La hermana aun no puede, es menor de edad. Pronto con dos copas de más el más guasón comienza a contar algunos chistes verdes en la mesa. Algunos se ríen a carcajadas, otros bajan la cabeza pensando: “siempre cuenta los mismos”. Algunas mujeres se animan a cantar villancicos, sus voces a duras penas se juntan al unísono y consiguen sacar medianamente la melodía de un villancico. Suenan estridentes, están contentas. Ella ríe, habla con su hermana, interactúa con otras personas. Y en uno de esos momentos mientras ríe, su mente se teletransporta a su pequeña burbuja, a la pequeña burbuja que ella a formado con la ayuda de él. Y ve su cara, y piensa en él. De repente sus ganas de verlo se acentúan más. ¿Cómo irá? ¿Qué estará haciendo ahora? Solo cuenta los minutos para verlo, para que pase a recogerla, para besar sus labios y decir las palabras mágicas.

Desde el otro lado, en la otra punta. Otra familia, como los muchos millones que lo hacen, celebra la noche vieja. Hay tantos modos de celebrarlas como personas existen. En este caso, él la pasara con sus padres y su hermano, además de la compañía de su abuela materna y de dos de sus tíos. Aunque el número sea menos, la cena pasa tranquila y agradable con una comida más modesta pero no menos agradable, sabrosa y acogedora. Cantan villancicos, la abuela reza antes de comer y también hay felicidad. Él se ofrece a recoger los platos y a poner la mesa, ayuda con algunas tareas y habla cariñosamente con su abuela. La madre, por unos instantes observa a su hijo. Y los ojos brillan. Brillan los de ella, brillan los de él. Su hijo está cambiado, es más maduro, es más tierno, más cariñoso. Algo ha sucedido dentro de él, algo lo está cambiando. Ella agradece a aquello que haya producido ese cambio y sin engañarse piensa en esa chica por la que su hijo a perdido la noción del tiempo.

Y así, como un rayo, un trueno, ¡un relámpago! El tiempo pasa fugaz por las esquinas de todo el mundo.  Y de la cena, en un parpadeo de ojos, en un suspiro, en un ir y venir de una vida, en dos tragos de champagne, se despide esa noche tan única que solo pasa una vez al año, la última noche de este: la noche vieja…
Y da paso a un nuevo año lleno de esperanzas y de ilusiones. Ese momento, esa sensación, los 12 toques que cambian el mundo y lo dejan tal y como está. Esos que nos llevan al primer día que lo separan del último. Nos despedimos del otro año más y lo cargamos a nuestras espaldas. “Este año seguro que…”, “Salud”, “Amor”, Dinero también… “Ojala que mi madre…”, “Siempre te querré”, “Adiós”, “Por un año mejor”… son algunos de los muchos pensamientos que recorren las calles, las habitaciones y los rincones de todo el mundo. Los sueños vagan sin descanso y a penas se deja espacio los unos a los otros, tal vez sea por eso que algunos se desvanezcan y no puedan cumplirse... Pero en ese momento, es como si fuera posible, es nostalgia, sí… del tiempo, de no poder pararlo. Otro año se va, deja paso a otro.  Miradas, sensaciones, cariño, tristeza, personas que ya no están, personas que queremos que sean eternas, que siempre lo serán en nuestros corazones, recuerdos, olor navideño, y las sonrisas, esas me encantan, las que si viéramos a cámara lenta arrugarían nuestros rostros. O los rostros ya arrugados de los más mayores que con nostalgia ven a su alrededor aquello que han construido, aquello que también se irá. El primer anuncio, la canción que suena, los besos que celebran el nuevo año, la alegría, la pena… Y ella, fiel a sus propias costumbres, como todos los años lleva a cabo su ritual particular… un poco obsesivo compulsivo pero sin dejar de ser encantador:

Primera uva: Salud; Segunda Uva: Salud para todas las personas que quiero; Tercera uva: Porque mis padres sean felices; Cuarta: Porque mi hermana o yo no se lo pongamos demasiado difícil; Quinta: Por un año mejor que el anterior; Sexta: Por encontrarme a mi misma un poquito más; Séptima uva: Por hacer locuras, por encontrar la felicidad; Octava: Por los milagros; Novena uva: Porque no vengan muchos problemas y si los hay, porque tengan solución; Décima: porque el próximo año estemos todos aquí; Undécima: ¡Por aprobar la universidad!; Y este año un nuevo deseo, el último: POR ÉL, POR SIEMPRE JAMÁS…

Y entonces… ¡FELIZ AÑO NUEVO!