"Espero que vivas todos los días de tu vida"

lunes, 27 de junio de 2011

Capítulo 97 - Chocolate Caliente


En el suelo: Unas braguitas, las zapatillas viejas, el vestido, los calzoncillos, un calcetín perdido de su pareja… Me encanta ese plano… Sí, ese plano tan típico de toda comedia romántica, de esa primera vez. Esa vez en la que los espectadores dicen: ¡Al fin! Al fin han hecho el amor.


La luz entra por la ventana e ilumina cálidamente toda la habitación, sus cuerpos desnudos semitapados por las sabanas. Olor a sabanas… ¿Frescas? Sí, frescas por la fría brisa que entra por la rendija del ventanal entre abierto, pero también sabanas calientes, usadas, aplastadas, tentadoras, morbosas… Sabanas de amor.

Y dentro de esa cama grande con espacio de sobra para dos que había estado tanto tiempo ocupada solo por una, dentro de esa mosquitera que cuelga del techo haciéndola parecer una cama de “princesa india”, una mano la agarra con firmeza y delicadeza al mismo tiempo. Recorre su cintura y roza su pecho. Su aliento golpea como una suave pluma en su nuca. Y ella lo disfruta, lo saborea. Aliento caliente, rendido, cansado, satisfecho de un encuentro. De un delirio, de un segundo, de un momento robado en el tiempo, e interminable, eterno de sus dos mentes para siempre.

Y antes de abrir los ojos sonríe. Sonríe satisfecha por lo que ha pasado hace unas horas. Sonríe en paz, complacida, llena… Ha sido perfecto, precioso, inolvidable, inmejorable… ¡No! Tal vez incluso aun podría ser mejorable… tal vez, si pasa más veces… ¡Pero que dice! ¡Está loca! Ha sido inesperado, delicado, caliente, insensato, loco, colmado, orgulloso, liberado, alertado, deleitoso… ¡A sido inmejorable! Sí, así ha sido. Su sonrisa se hace más grande pensando en aquellos momentos. En su espalda, en sus gemidos, en como la agarraba, como la besaba con ternura y como a la vez la cogía firme, con ganas, con pasión. Como si lo hubiera esperado mucho tiempo, como si tal esa fuera la última vez, como si el tiempo y las mentes se pararan, como si fuera para siempre o de un segundo… Abre los ojos, le brillan. Y de espaldas hacia él, mira su mano. Que la agarra para no dejarla escapar, como había prometido.

A penas se atreve a cambiar de postura para no despertarlo. Dios, finalmente ha pasado. Una sensación extraña se adueña de sus pensamientos, un sexto sentido femenino, una llamada de alerta… “Ha pasado, porque tenía que pasar”, piensa y se siente satisfecha. Gira un poco el cuerpo, con cuidado. Y allí está su cara… su cara de ángel endemoniado. No, ahora es solo ángel… cuando se despierte quien sabe, pero ahora no. Lo observa bien, tan a gusto, tan calmado, tranquilo… sumido en sus sueños… ¿En qué soñara? Mira sus ojos cerrados que parecen dos medialunas perfectas, simétricas y rasgadas. Están calmados… Y su boca… parece incluso verla sonreír. Satisfecha, contenta, ganadora de deseos. Quiere besarla otra vez, sentirla junta a la suya, rozar de nuevo su lengua, apretarla fuerte, morderla, lamerla. Pero no, es mejor que duerma, seguro que está cansada… y después se ríe por haber pensado eso. Ha sido perfecto, tan tierno, tan atento, tan poco egoísta y tan prudente… Pero a la vez tan loco, tan descarado, tan auténtico y fogoso… tanto que ha perdido la cabeza. Sí, la ha perdido por él.

No es la primera vez. Pero sí que es “su primera vez”. La primera vez de los dos. Y aunque el hecho de hacerlo con alguien fuera algo que ya había experimentado, esta vez tenía una sensación completamente distinta. Esta vez había sido diferente, está vez había calado algo dentro de ella, hondo, llano, profundo… No lo iba a poder olvidar nunca. Había sido real, mutuo, los dos habían sido una sola persona. Sus ojos vuelven a brillar, se siente dichosa, emocionada, estúpidamente agradecida de él momento que él le había regalado. Siente que es él, que lo había esperado durante hacía mucho tiempo…

Lo mira de nuevo… lo examina, lo estudia, intenta descubrir más. Y al mirarlo, siente ver a otra persona. Siente un antes y un después. Y visualiza un horizonte sin final, unos ojos sin término, una boca blanda, bien acolchada de sonrisa consumada sin desenlace. Un pequeño lunar debajo de su barbilla, vaya, nunca antes lo había visto, y había estado allí siempre. Es entonces cuando se da cuenta, quiere más. Más información, más datos, más encuentros, más pasión, quiere conocerlo porque ni siquiera lo conoce. Cuantos más secretos, cuantos más lunares guardará su cuerpo, su mente, su vida… Y el miedo… que la inunda de repente. Miedo a perderlo, a no poder volver a sentir sus caricias, a no escuchar su voz, a ser otra chica más… No, eso no. Se ha sentido especial, diferente… por unas horas ha sido una diosa, una princesa, una reina de reinas… poderosa, protagonista, única. Así la ha hecho sentir él… Él, que entonces se mueve y se gira aun más hacia ella abrazándola, abarcándola solo para sí mismo. Y sonríe sin aun abrir los ojos. Esta vez, parece que algo más consciente.

- Hola – Dice finalmente un susurro que sale de sus labios

Rompe el silencio lleno de algarabía pensante dentro de la cabeza de ella. Tantos pensamientos, tantas dudas, tantos recuerdos dulces, veloces, lentos, firmes, desgarrados, halagadores… Todo se va, todo pasa, se olvida. Todo se rompe de repente: ¡Zas! Todo pasa ahora que él habla.

- Hola… - Contesta ella

Y se besan. Despacio, con la calma que no existía hace unas horas, corto pero suficiente. Perfecto así… Y después una sonrisa se dibuja de nuevo en sus rostros. Una sonrisa real, autentica, tal vez una sonrisa de enamorados.

Él la observa. Es real, está allí, delante de esa carita, de esa niña buena y mala, caprichosa y bondadosa, vanidosa y caritativa… espontánea, loca, ardiente, presuntuosa, inexperta y experta, serena, nerviosa, insatisfecha y ahora tanto… Ha pasado de verdad, por un instante pensaba que solo estaba soñando, no podía haber sido tan perfecto. Una realidad imperfecta tan insuperable…

Siente su olor en las sabanas. Está en el cielo… la mira y no deja de hacerlo. Pasaría así horas… No días, meses, años… ¡Toda la vida! Qué bonito, que maravilla… que sensación tan satisfactoria… sexo, amor, sentimientos que corren, se pelean, se chocan y empujan por todo el cuerpo… y sobretodo: felicidad. Felicidad proporcionada por todo eso. Por toda esa mezcla, esa pócima caótica tan bien organizada.

Sí, lo había hecho otras veces pero ya no recordaba lo que era hacer el amor con una mujer. Solo la memoria de polvos rápidos, pasajeros e insensibles en quien sabe que camas y con que otras chicas. Y acaba de experimentarlo. Había estado de nuevo en el cielo, en esa montaña rusa, en ese subir y bajar, ese salto al vacío ese océano interminable de deleite. Todo para él… solo suya. Ella, mandamás, segura, libre, fogosa, apasionada, loca. Ella: cauta, sensata, sumisa… Sí, ella y sus labios. Ella y su lengua, su espalda, sus manos, sus piernas, sus pechos, sus pies, su pelvis de un lado a otro. Ella arriba y abajo. Ella encima, ella abajo. Ella jefa y ella esclava de una noche, de una aurora, de un segundo… Ella tal cual, ella lujuriosa. Ella y su pelo, y sus dedos y su cuello y su arte… Todo eso en una noche, en un instante eterno y efímero. Todo para él, para nadie más.

Su mente está en blanco, no quiere pensar, solo saborear el momento. Momento mágico, placentero de esa mañana fresca y brillante. Quiere aprovechar su cuerpo delicado, esos brazos que lo abrazan y lo hacen sentirse bien, importante, fuerte… esa boca que lo besa, lo saborea, lo muerde y recorre con su lengua. Una, otra, para, sigue, no para, no sigue, más rápido, más despacio, más fuerte… Y su pelo, y el agarrándolo fuerte, perdiéndose en su aroma, en su olor, en sus profundidades nunca descubiertas por nadie más, nunca entendidas por ninguno otro. Y las gotas de lluvia vuelven envidiosas otra vez.

No se ha ido, sigue aquí. Él tampoco se ha marchado. Quiero mirarla, quiero mirarlo. Quiero tocarla, quiero tocarlo, abrazarlo, besarla, acariciarlo, agarrarla, sentirlo, hacerla gemir, saborearla, volverlo loco, caliente, ardiente. Quiero fuerte, rápido, despacio, suave. Y él: orgulloso, y ella: avariciosa. Él, respetuoso, Ella, liberada… Y otra vez, un beso. Otro beso, uno en el cuello, una caricia y otra vez. Una segunda vez a la luz del sol. Única, irrepetible, ida, demente, voluptuosa, jadeante, ardiente, suave, penetrante, prohibida, delicada y agotadora… que se recuperará después con un buen chocolate caliente y dulce en el cochecito destartalado, bajo las gotas de lluvia que anuncian la llegada de la Navidad.

lunes, 6 de junio de 2011

Capítulo 96 - Dos palabras, Ocho letras...


En la casa, imperaba un reposo extraordinario. La brisa se colaba por las ventanas entreabiertas de la cocina que propagaban el aroma a huevos fritos y jamón recién hechos. Lo único que iluminaba aquella habitación era la pequeña luz enclavada en la campana, debajo de la vitro, que desprendía una agradable sensación de ardor.

Fuera, solamente se escuchaba el sonido de la lluvia que caía limpio contra el suelo, los árboles y el alfeizar de la ventana. El rezumar de las gotas formaba una melodía casi perfecta, que junto con el olor a comida caliente convertían ese momento en algo especial, natural… Un placer barato y encantador.

Sus movimientos eran precisos. Con ayuda de la rasera, salpicaba el aceite que caía sobre el huevo tostando los bordes. Separaba con cuidado las lonchas de jamón para que cayeran enteras sin despedazarse dentro de la sartén. Se meneaba con fluidez dentro de la cocina, daba la sensación de que todo lo que hacía lo llevaba a cabo con ganas, con ilusión; como si todo se tratase de una aventura. Alcanzaba la sal y mientras la vertía sobre los alimentos aun crudos, la mano contraria movía alternativamente la sartén en movimientos circulares dando vida a comida, que saltaba de un lado a otro por todo el recipiente. Mientras, limpiaba la encimera y buscaba alguna especia de reojo en el cajón que paraba justo a su la izquierda, encima de su cabeza.

Ella lo observaba atenta. Nunca conseguía percibir en su totalidad su verdadera cara. Hacía un momento bailaba con ella en aquel bar como un adolescente, y anteriormente, casi le partía la cara al cabrón de su “amigo” como si fuera un callejero rebelde y violento. Ahora, cocinaba esos huevos con jamón como si fuera un ayudante de chef – Y seguro que el sabor de la comida lo corroboraba-.

Él, muy curtido y experimentado en diferenciar expresiones femeninas reconoce esa cara: Está maravillada con su actuación. Cauto, gira rápidamente de nuevo su cara fingiendo estar centrado en su receta. Una sonrisa revoltosa se dibuja en su cara. Toma otro huevo y lanzándolo al aire lo coge con su mano que lo aprieta de tal modo en el que la cáscara queda en su mano y el contenido queda vertido perfectamente en la sartén. Vuelve a mirarla como si nada quisiera la cosa. Está increíblemente graciosa con su cara boquiabierta. Él sin poder evitarlo suelta una pequeña carcajada casi inaudible y después agradece el día en el que su padre le enseño a hacer ese “salto del huevo” que en su momento le había parecido tan absurdo y que ahora le había proporcionado ese cachondo momento de gloria. Él con actitud chulesca, pero completamente absenta de malicia, espera a la pregunta que ella le formulará en… tres… dos… uno…

- ¿Cómo…? ¡Cómo has hecho eso! – Dice ella mientras finalmente reacciona

Él astuto, se hace un poco el interesante.

- Es un truco simple…

- ¡Pero qué dices! ¡Yo quiero aprender! ¡Dime él truco! – Insiste la chica curiosa

- Experiencia ratilla, experiencia…

Ella lo mira. Una sensación de admiración se apodera de ella. La luz tenue ilumina solo la mitad de su rostro creando una interesante dualidad: parece un ángel y un demonio al mismo tiempo. Su cara rebelde esconde a una persona sensible. Una persona con mucho que contar, con mucho sufrimiento vivido, con muchos secretos y asuntos ilícitos. Una parte de él, que aun no ha desnudado a nadie; solo a sí mismo y no demasiadas veces, prefiere no recordar su pasado. Y más abajo, su camisa medio desabrochada deja ver parte de su pecho suave, liso y firme, bien pronunciado. Una parte, que sí que ha desnudado muchas veces ya para otras, pero que nunca ha entregado a nadie de verdad.

Cuando sumida en sus pensamientos levanta de nuevo la cabeza, él la está observando también. Al igual que ella, la miraba con admiración y se preguntaba cómo era posible que una mujer como esa estuviera con él a solas en esa casa. Siempre le habían gustado otro tipo de mujeres, chicas más sencillas de “manejar”, chicas que no hacían esperar más de cinco minutos o que no tomaban la iniciativa. Eso resultaba: Fácil. Pero con ella, todo era complicado y sencillo al mismo tiempo. No tenía la sensación de seguridad que le proporcionaban las anteriores, y vivía siempre en la incertidumbre, preguntándose cuál era el ritmo que debía de llevar con una chica como esa. Fue en ese momento, en esa cocina de luz ligera, cuando se dio cuenta de que realmente eso era lo que quería. Lo que le llenaba y le hacía aspirar y mejorar consigo mismo. Realmente esas otras chicas nunca le gustaron. Si hubiera sido así, habría tenido las sensaciones que le proporcionaba esta. Sensaciones que anteriormente no habían existido dentro de él. Eso le llevaba a la conclusión de que ella era especial al resto ya que sin hacer aparentemente nada, había conseguido cautivarlo de ese modo. Una sensación de satisfacción se apoderó de él en ese momento: Sin saber porque era afortunado de haberla encontrado. Así lo sentía al menos. Lleno, feliz…

Los dos se dan cuenta del análisis intensivo que se están haciendo. Apartan rápido la cabeza fingiendo que no ha pasado nada.

- ¿Cenamos ratilla? – Rompe el hielo divertido. Evadiendo su momento sensible como siempre suele hacer

- ¡Claro! Pero mejor cenamos en mi habitación, tiene mejores vistas

Al escuchar en mi habitación, él flojea, perdiendo el equilibrio y derramando uno de los platos. Ella atenta y rápida consigue agarrarlo antes de que se derrame en el suelo.

- ¡Eii! ¡Vaya, que reflejos! ¿Cómo lo has cogido tan rápido?

Y ella sarcástica contesta

- Experiencia chico listo… Experiencia…

Sí, se siente afortunado de haberla encontrado.

Sobre la cama, con una manta vieja y roída han montado un “picnic nocturno”. Son las seis de la madrugada, pronto amanecerá. Los dos bromean y cuentan anécdotas de la noche alumbrados por una vela. Hablan de sus vidas mientras mojan el pan en el huevo, devorándolo muertos del hambre -El alcohol y todo el ajetreo de la noche les ha pasado factura y les ha abierto el apetito-. Ella ríe divertida con la boca llena inclinándose hacia delante. Él no puede evitar dejar contagiarse por su risa. Esos son los momentos donde más le gusta. Cuando se muestra natural y divertida; aventurera y despreocupada de ese aspecto externo tan bien preparado que forma una barrera para ocultar al resto del mundo su verdadero yo. Ella le deja ver a él esa parte tan secreta que esconde, la parte que muchos desconocen, solo para que no le hagan más daño. Pero esa noche, no existen barreras que los oculten, se ven tal cual el uno al otro.



- ¡Ha, ha, ha! ¡No puedo creer que te fueras sin pagar! – Ríe ella mientras aparta los platos vacios de la cama.

Él con otra sonrisa la ayuda a apartar el resto.

- ¡Él se lo busco!

- Increíble… ¡Que morro tienes! – Dice ella recordando la anécdota…

Después despeinada y cansada se deja caer sobre la cama agotada mirando hacia el techo, todavía con una sonrisa. Él la imita, desplomándose sobre la cama, sujetándose la cabeza con su brazo. Mientras ella aun mira hacia arriba, él la observa. Y después de unos segundos pensando:

- Me habré metido en líos… ¡Pero tú me has metido en los más gordos cacho de patillo!

- ¡Anda ya! – Dice ella pasota sin mirarlo al no creer en lo que dice

- ¡Eres toda una criminal! – Dice acercando su frente a la de ella – Si me descuido terminarás superándome…

- Tengo un buen maestro… - Dice sin apartarle la mirada – Y deja de llamarme por nombres de animales…

Se hace el silencio que da paso a la tensión. Y al deseo…

- Mira que eres fea… - Le dice con una sonrisa

Ella lo mira sonriente.

- No lo piensas… - Dice ella pícara

- F-E-A… - Dice el pronunciándolo mejor muy cerca de su boca

Ella respira, y él la besa presionando fuerte y a la vez dulce sus labios. El viento que sopla ligero entra por la ventana y apaga la única vela encendida. Se hace la oscuridad.

Los primeros segundos son silenciosos, pero después, la respiración de ambos es más fuerte. Ella intenta tragar saliva haciendo el más mínimo ruido. Él intenta disimular su nerviosismo. Algo les pasa, están inquietos. Al principio les mueve la duda, una sensación extraña, un mariposeo del color del arcoíris recorre todo su cuerpo. De pronto, la sensación más intensa de su vida, se apodera de ella. De pronto, siente necesidad de soltar aquello que ha tenido ganas de decirle desde hace tanto tiempo y que nunca se había atrevido a confesar. Ni a él y tal vez, ni siquiera a sí misma.

- ¿Lo sientes? – Dice ella muerta de miedo sin poder aguantar

Él, intenta distinguirla en mitad de la penumbra. Sonríe mientras cierra los ojos para contestar.

- Claro que sí…

- ¿En serio?

Hablan en código sabiendo perfectamente a lo que se refieren.

- Sí, de verdad…

- Pues yo… estoy muerta de miedo… - Le susurra a dos centímetros de sus labios

- Sí tienes miedo… HAZLO, enfréntate a ello

- No puedo… - Contesta ella temerosa

- Dímelo si así lo sientes… - Insiste él – Dos palabras, ocho letras…

Ella respira profundo. No se ve capaz, pero es un querer evitarlo y no poder. Algo la empuja, no soporta ocultarlo más, no soporta mirarlo y no poder decírselo. Entonces, se acerca a él, y apretando fuerte los ojos, sin tiempo de llegar a arrepentirse…

- Te quiero

Sale de su boca como una canción dulce que se adueña de toda la habitación y que recorre sus cuerpos. Él cierra los ojos. Y sin pensarlo la aprieta fuerte, muy fuerte contra él. La besa con todo el cariño y dulzura del mundo amalgamada de una pasión feroz, loca. Y él derrama una lágrima que resbala por su cara hasta caer en los labios de ella. Agarra su cara con firmeza y suavidad y la besa. Lentamente, con besos más cortos desciende por su barbilla, hasta posarse en su cuello. Y lo besa, una y otra vez perdiendo el control, olvidando todo: la noción del tiempo, su ser, su mundo... Solo están ellos dos ahora. Ella se deja llevar, lo agarra del cuello, agarra su pelo, respira fuerte, hondo. Las respiraciones de ambos se entrecortan, sus movimientos se alternan, se compaginan a la perfección como si fueran uno solo. Él le quita la blusa, y después él se quita la camisa dejando al descubierto su pecho. Ella lo toca, lo besa. Su grande espalda se funde en el ligero cuerpo de ella. Ella desabrocha sus pantalones, él hace lo mismo. Y desnudos uno junto al otro por primera vez, lo saben, es el momento.

- Quiero besarte lento… y desgastarte los labios… - Dice él con voz entrecortada y viva – que hundas las yemas de tus dedos en cada pliegue de mi cuerpo y me inundes con tu olor… -Ella lo besa fuerte – Quiero que me susurres que tenías tantas ganas de esto como yo y que me dejes sin aliento en cada beso. Que nuestra pasión, empañe todos los cristales de esta habitación, o del coche, o del bar… ¡Diablos qué más da! No me importa donde, ni cómo ni tampoco cuando, si tus besos son el cometido final… Agárrame fuerte por unas horas… yo no pienso dejare escapar… TE QUIERO.



Este capítulo existe gracias a mí fuente de inspiración. Por eso se lo dedico con todo mi amor y cariño... esto existe gracias a tí, TU ERES MI PROTAGONISTA. Tu ya me entiendes.

Gracias también ángela, por hacer que el final de capítulo sea tan genial,  =)
http://elefectolupaa.blogspot.com/2011/06/hay-quien-no-se-entera-o-se-entera.html )

viernes, 3 de junio de 2011

Capítulo 95 - A cámara super lenta...


En el autobús; lleno de gente curda y desaliñada que intenta entrar a empujones para escabullirse de pagar y conseguir sitio al mismo tiempo… Para volver a casa después de una noche frenética. Se ven, en los últimos asientos a los más perjudicados, que todavía siguen bebiendo de vuelta a casa; o a los que sienten arcadas y quieren deshacerse de sus nauseas enterrándolas en una bolsa de papel. Sí, los del fondo, esos son los más “estropeados”, donde siempre solía viajar él, cuando no iba a pie.

En el suelo del corazón del autobús, que ya no es suelo sino cama para otros pocos, apoyados contra las paredes, a modo de almohada, algunos ya están en otra dimensión, soñando. Posando sus cabezas en las del amigo de al lado. Amigo, que esa noche ha tenido hacer de niñera.

La música son las voces “profesionales” de los pasajeros, que cantan canciones eufóricas de borrachos gritando e intentando motivar a la parte más apalancada del auto. Algunos se animan y responden a sus “cantos”, otros desean partirles la cara; ya han tenido bastante por esa noche, ya les duele la cabeza. Otros solo los escuchan como un pequeño murmullo que ya forma parte del viaje, alborada de los sábados.

A esas horas de la madrugada nunca faltan los fumadores o los porretas, que apoyados en el resalto de la ventanilla van echando cabezadas mientras dejan escapar de su boca el humo que huye a través de la ventanilla, para parar quien sabe donde…

El autocar está a rebosar, no cabe ni un alma más allí dentro. Unas amigas tontean con unos chicos de color algo perjudicados -A saber si por drogas o únicamente por alcohol-. No paran de reírse y hacer chistes fáciles. Una pareja al lado de la puerta de salida se besa apasionadamente, algo brusco, como si se tratara de la última vez que van a poder hacerlo. Son jóvenes, tendrán unos dieciséis años, tal vez acaban de enrollarse esa misma noche.

Y entre todo ese tumulto, allí están los dos, camino a su casa. No hablan, solo se miran dibujándose una sonrisa absurda en la cara. Sí, esas típicas sonrisas que nunca nos podremos ver a nosotros mismos. Hablo de las sonrisas de tontos que ponemos cuando nos gusta alguien, que nos hacen entrar en otra extensión, en otra superficie, levitando de la realidad donde solemos vivir la mayoría del tiempo para entrar en una dimensión perfecta. Donde no existe el tiempo, ni las cosas malas. Donde solo existes tú y esa persona… Un chico tira la gorra a uno de sus amigos y está pasa por encima de ellos dos. Todo se mueve a cámara lenta… el movimiento del pelo de la chica de delante, la gorra que pasa por encima de sus cabezas, los movimientos de los pasajeros, los besos de la pareja de la puerta de salida, el humo que se escapa por la ventanillas, el conductor que toca el claxon… todo va despacio. Las gotas de la ventanilla empañada se deslizan y se unen con otras gotas que desaparecen al llegar al final de la ventana, el abrir y cerrar de unos labios, el parpadeo de los ojos, las ruedas del autocar… las voces se oyen a lo lejos como un bisbiseo aglutinado, todas en una, ninguna entendible. Y que os puedo decir yo… si era su dimensión, no hay otra explicación… es así, cuando solo tienes ojos para otra persona todo lo demás pasa delante de tus narices a cámara lenta.

Después de unas diez paradas, y de caminar una media hora en mitad de la noche aun húmeda y algo fría por la lluvia; girando entre unos pequeños setos y dejando unos metros atrás la casa de la abuela, aparece su casa. Los dos se quedan observándola desde fuera unos minutos. Sus cabezas le levantan para contemplar en tejado. Tiene la típica forma de casa, con la cubierta formando un triángulo de tejas marrones y de ladrillos rojizos y granates dando forma a toda la fachada. Rodeada de árboles por todas partes y protegida con un gran muro blanco que bordea toda la propiedad.

Él ya había estado una vez allí haría un mes y poco. Esa vez que la trajo a casa y vio su habitación y el estudio de grabación que le dejó boquiabierto. Pero esta vez era diferente… sentía algo más fuerte, otro tipo de responsabilidad, esta vez sentía que estaba allí por alguna razón más importante, porque ella quería que de verdad los dos solos, pasaran la noche allí.

Las estrellas iluminan todo el campo, la luna esta cerca, blanca y poderosa. Parece que pueda tocarse.

- Mira – Le indica ella

Él la observa inquieto.

- La luna… es enorme… Pero desde aquí, puedo taparla con mi pulgar…

Él curioso y divertido se acerca a ella situándose detrás de su espalda. La rodea con los brazos y sigue escuchándola.

- Prueba tú – Dice ella finalmente después de haber probado un rato.

Con su dedo pulgar y cerrando un ojo para enfocar mejor tapa la luna. Ella sonríe.

- ¿Lo ves? Seguro que no somos tan insignificantes después de todo…

Él mira hacia la luna. Después la mira de reojo a ella. Se tensa, tiene ganas de ella. De besarla de abrazarla, de respirar su olor, de perderse en su pelo. Ella está tensa y a la vez en esa nube.Y vuelve a sentir todo como antes, hacía un momento… a cámara lenta… No, mejor dicho, esta vez, a cámara SUPER LENTA…

jueves, 2 de junio de 2011

Capítulo 94 - Hasta las trancas...


Y mientras las gotas de lluvia mueren cuando chocan contra esa pequeña ventana empañada de un bar cualquiera, él la mira todo el tiempo. Cada vez que ella se agacha para comprobar que no le han robado el bolso, que se aparta el pelo de la cara mientras baja la mirada coqueta. La mira cuando se ríe, cuando se pone nerviosa cada vez que él se acerca a susurrarle algo al ras de los labios.

No la besa. Le gusta la sensación que recorre su cuerpo cuando quiere y aun así se retiene. Una sensación completamente nueva e increíblemente adictiva… el deseo del caprichoso se aviva cuando algo está prohibido. Se han besado ya mil veces, y aun así… nunca sabe cuando hacerlo. Si se dejara llevar, lo haría todo el tiempo. La besaría una y otra vez. Pero ¿Y ella? ¡Lo sigue confundiendo!

Se siente vulnerable cada vez que esa chica está a su lado. Sería capaz de hacer cualquier cosa, cualquier locura para verla sonreír ¿Cuántas reglas se ha saltado ya? “Está prohibido demostrar interés hacia ella, prohibido llamar, prohibido hablar de ella, prohibido quedar a solas, prohibido encariñarse, prohibido besarla y sentir algo, prohibido implicarse con ella, prohibido caer en sus encantos. Y sobre todo, prohibido ENAMORARSE DE ESA NIÑA PIJA”

Cada vez que otro chico la mira, el aprieta la mandíbula muy cauto para que ella no se entere. Controla todos los movimientos del bar. Tal es así, que ella es mucho menos consciente de que la miran de lo que lo es él. Se siente lleno cada vez que adivina los pensamientos de algunos de los presentes del bar. Le entran ganas de partirle la cara a más de uno, pero se contiene. Porque por otro lado, ¡Qué diablos! Ella está con él… solo con él, y eso le hace sentirse orgulloso.



Ella, está llena de ganas y de miedo. Lo mira todo el tiempo. Lo mira cada vez que sus labios se mojan con un nuevo sorbo de bebida. Lo mira cuando seguro de sí mismo se acerca a ella para susurrarle algo al oído. También lo mira cuando él, mira a los demás amenazante, protector… No sabe cómo, pero allí están… en ese bar. Su mente está en alguna parte muy lejana de su cuerpo. Solo puede mirarlo y sonreír como estúpida. Nunca había sentido esa sensación, la de permanecer constantemente nerviosa por otra persona. Era tan diferente a todos… único para ella.

Él levanta la mano indicando a la camarera que sirva dos tragos más. Es curioso, ni siquiera la mira, solo puede fijar la vista en la persona que está delante. Los dos se miran fijamente. Él, acerca los dos pequeños vasos de chupito aun empañados por el hielo.

- Por nosotros… - Dice él

Ella va a beber el chupito.

- No, si no miras a la cara a la persona con la que brindas, traerá mala suerte – Le corrige él

Ella lo mira y antes de beber le sonríe.

Después ella aprieta el labio fuerte y cierra los ojos. Demasiado fuerte, piensa. Él sonríe, no siente la misma sensación de ardor en la garganta, está algo más acostumbrado a beber bebidas fuertes. La música suena. Un grupo de chicas saltan y gritan contentas por la elección de DJ, ellos sonríen y saltan en el bar al igual que el resto.

El sudor recorre sus cuerpos jóvenes, que se dejan llevar por las copas. El maquillaje va desvaneciéndose, el pelo pierde esa forma bien peinada, los ojos brillan, los pies se cansan y aparecen realmente los rostros que se esconden debajo de las apariencias en mitad de la noche… Y es allí cuando el lado más animal sale. Es el momento en el que nos dejamos llevar… Como la música; que no deja de sonar nunca:

“No tengo miedos,

No tengo dudas,

Lo tengo muy claro ya…



Todo es tan de verdad…

Que me acojono cuando pienso

En tus pequeñas dudas. Y eso:

¡Que si no te tengo, reviento!

¡Quiero hacértelo muy lento!

Todo, todo, todo, todo… yo quiero contigo todo

Poco, muy poco a poco, poco… que venga la magia

Y estemos solos, solos, solos, solos…

Yo quiero contigo solos…



Solos rozándonos todo,

Sudando cachondos,

Volviéndonos locos,

Teniendo cachorros,

Clavarnos los ojos,

Bebernos a morro…”


Y en mitad de ese enorme tumulto, “bailan” mientras juntan sus cabezas una al lado de la otra y Sonríen sin decir palabra. No hace falta hablar, está todo muy claro…

Y ese es el momento. Sí, me refiero a esos momentos que se nos han presentado a todos alguna vez en la vida. Esos momentos en los que parece que el destino lo tenía todo planeado así, que esa canción suena porque así tenía que ser, que entraron en ese bar y no en otro por alguna razón, que alguna extraña explicación los unió porque tenía que pasar… Y entonces lo sientes dentro de ti fuerte. ¡Tan fuerte que querrías llorar! Y das gracias a algo… tal vez al destino, de que te haya brindado la oportunidad de tener delante a la persona que tienes… Y Aunque ninguno de los dos quiera ceder, aunque se vieran incapaces de reconocerlo… allí estaban mirándose con caras de tontos, de enamorados… ¡Enamorados hasta las trancas!

Y el “silencio” entre ellos dos se rompe. Ella habla:

- ¿Sabes qué? – Grita en su oído intentando hacerlo más alto que todo ese enorme barullo de gritos y música

- ¡No sé nada ya! – Contesta él riéndose

- Ha, ha, ha…

- Ha, ha, ha…

- Vente tú ahora conmigo…

- ¡Pero si ya me he ido contigo! – Grita en el oído de ella.

Las luces se vuelven locas. El garito cambia de colores… Amarillo, rojo, negro… luz de repente. Musíca, locura, caos…

- Te invito…

- ¿Me invitas?

- ¡Sí… a unos huevos fritos con jamón!

- Ha, ha, ha ¡Ya no tenemos dinero!

- No pasa nada… la invitación es en mi casa…

Los dos se miran…


http://www.youtube.com/watch?v=Y8WD3dksd4E